Una joven de 15 años fue violada por un sujeto que, afortunadamente, recibió un castigo y fue sentenciado a doce años de prisión. Durante ese tiempo, otra violación tuvo lugar. Esta vez, se violaron el sentido común y el más mínimo criterio y expectativa de justicia, y en base a esa nueva violación el mismo sujeto salió de la cárcel en la que estaba, merced a un tecnicismo incomprensible para cualquier persona de bien que no sea abogado.
En esa ocasión, el mismo sujeto violó y ahora también mató a Soledad Bargna, una chica de 19 años.
Hoy en día, ese mismo sujeto, ese individuo que violó y mató a otro ser humano, a un semejante suyo y nuestro, baila al compás de la murga de la muerte, alentado y de la mano de otro sujeto al que la vida lo puso "de este lado del mostrador", a cargo de velar por el sistema penitenciario en el que el violador y asesino fue recluido. Un sistema al que las personas decentes consideramos pertenece, por predador, por conductor a la barbarie a la que no queremos volver.
En el video que publicó La Nación en su edición on line del día de hoy se ven muchas cosas. Provoca muchos sentimientos, siendo el principal -en mi caso- el de indignación. Indignación que no tiene otra fuente que el asco moral que causa ver a una comunidad de personas que dañaron expresa y comprobadamente a otras, y que en lugar de ser sometidas a un sistema de contricción, análisis y educación moral, celebran y disfrutan un buen momento al que, por la criminalidad de sus actos (en mayor o menor medida) no deberían estar habilitados. Tal vez corresponda admitirles una celebración humanitaria en fechas hondas para la humanidad como las fiestas de Navidad y Año Nuevo, pero bajo ningún concepto esta obscenidad sobre la que nos alerta hoy La Nación.
Además de la indignación profunda, el dolor se agrava por la infidelidad del funcionario Victor Hortel, Director del Servicio Penitenciario Nacional, quien también es un violador, en este caso de las expectativas que el cargo le impone al ejercicio que de él se haga. Pero por supuesto que es la máxima autoridad de la Nación la que admite y designa a éste individuo, y otros de su misma calaña moral, para el ejercicio de ciertos cargos del poder público.
La connivencia entre presos y guardianes no puede más que viciar y corromper el elemental sentido del sistema que no es otro que, precisamente, ese: los delincuentes son presos y los funcionarios que los controlan y someten son guardianes. En el momento en el que esa tajante división sea burlada, todo el sistema es burlado dando origen a la injusticia.
Cristina Fernández de Kirchner es mucho más transparente de lo que mayormente se dice de ella. Sus presentaciones en público son actuaciones y dramatizaciones estudiadas, pero a la vez pobres porque permiten trasuntar ciertas características esenciales en ella: la soberbia, el autoritarismo, la egolatría, la absoluta falta de consideración por "el otro" quien no es registrado por ella, y en consecuencia sus acciones así lo demuestran.
Es, entonces, honesta. Honestamente nos muestra día a día sus objetivos, sus fines y su calaña moral al usar ciertos medios (entre ellos, muchos seres humanos) para alcanzarlos. No hay peor ciego que el que no quiere ver, pero quienes sí lo hacemos, quienes vemos palmariamente la estatura de esta presidente pigmea, tenemos la obligación moral de denunciarla y avisar a nuestros compatriotas y con-ciudadanos a qué peligros estamos expuestos.
Una presidente de la Nación que no sólo permite sino que -seguramente- aplaude, adhiere y fogonea la existencia de agrupaciones como el "Vatayon Militante" muestra claramente que ningún escrúpulo la detiene en su paso arrasador de libertades y dignidades individuales, dejando herida de muerte a la civilización y a la paz que supieron caracterizar a la Argentina. Instaurar el miedo, el caos, la muerte, el dolor, la angustia no es más que instalar la guerra como metodología de ejercicio del poder. Una metodología que puede ser muy lucrativa para el instalador, y devastadora para los ciudadanos convertidos así en víctimas.
La presidente se escuda en una circunstancial mayoría numérica que, en base a mecanismos igualmente avasallantes de las libertades y las dignidades de las personas más pobres, vistos en la obligación fáctica de venderlas al puntero de la zona para poder subsistir, logró hace menos de un año.
En su inmoralidad, esa mayoría circunstancial representa para ella una autorización para erigirse en la líder mesiánica que, merced a su patología psico-social- está convencida ser. Tiene, por supuesto, una caterva alrededor que por delante la aplaude, la ensalza, la hace regodear en su tilinguería, mientras que por atrás sabe y se ríe de su demencia, de la que -tan inmoralmente como ella lo hace- explota y se beneficia. Son tan o más culpables que la propia Cristina Fernández de la devastación del tejido social y de los más básicos criterios y principios de paz y respeto al prójimo.
La indignación causada por la injusticia es uno de los sentimientos más terribles que una persona puede sentir. Me imagino el dolor que los padres y familiares de Soledad Bargna, de la niña de 15 años también violada por el mismo sujeto, de los familiares y las víctimas de todos los demás presos que aparecen en el video deben haber sentido al verlo. Me imagino, y hasta casi siento en carne propia, la angustia, la desesperación, la impotencia de no poder hacer nada al ver bailando y de fiesta al asesino, al violador, al ladrón, al estafador que dañaron a sus personas, a sus seres queridos o a sus bienes, mientras ellos quedan con el trauma y la pérdida para siempre del ser querido, de la dignidad o de los bienes materiales ganados con esfuerzo y mérito.
El gran patriota Juan Bautista Alberdi dijo: "La propiedad, la vida, el honor son bienes nominales donde la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a merced de los pícaros…La ley, la Constitución, el gobierno son palabra vacías sino se reducen a hechos por la mano del juez, que en último resultado es quien lo hace ser realidad o mentira”.

Hoy en día, ese mismo sujeto, ese individuo que violó y mató a otro ser humano, a un semejante suyo y nuestro, baila al compás de la murga de la muerte, alentado y de la mano de otro sujeto al que la vida lo puso "de este lado del mostrador", a cargo de velar por el sistema penitenciario en el que el violador y asesino fue recluido. Un sistema al que las personas decentes consideramos pertenece, por predador, por conductor a la barbarie a la que no queremos volver.
En el video que publicó La Nación en su edición on line del día de hoy se ven muchas cosas. Provoca muchos sentimientos, siendo el principal -en mi caso- el de indignación. Indignación que no tiene otra fuente que el asco moral que causa ver a una comunidad de personas que dañaron expresa y comprobadamente a otras, y que en lugar de ser sometidas a un sistema de contricción, análisis y educación moral, celebran y disfrutan un buen momento al que, por la criminalidad de sus actos (en mayor o menor medida) no deberían estar habilitados. Tal vez corresponda admitirles una celebración humanitaria en fechas hondas para la humanidad como las fiestas de Navidad y Año Nuevo, pero bajo ningún concepto esta obscenidad sobre la que nos alerta hoy La Nación.
Además de la indignación profunda, el dolor se agrava por la infidelidad del funcionario Victor Hortel, Director del Servicio Penitenciario Nacional, quien también es un violador, en este caso de las expectativas que el cargo le impone al ejercicio que de él se haga. Pero por supuesto que es la máxima autoridad de la Nación la que admite y designa a éste individuo, y otros de su misma calaña moral, para el ejercicio de ciertos cargos del poder público.
La connivencia entre presos y guardianes no puede más que viciar y corromper el elemental sentido del sistema que no es otro que, precisamente, ese: los delincuentes son presos y los funcionarios que los controlan y someten son guardianes. En el momento en el que esa tajante división sea burlada, todo el sistema es burlado dando origen a la injusticia.
Cristina Fernández de Kirchner es mucho más transparente de lo que mayormente se dice de ella. Sus presentaciones en público son actuaciones y dramatizaciones estudiadas, pero a la vez pobres porque permiten trasuntar ciertas características esenciales en ella: la soberbia, el autoritarismo, la egolatría, la absoluta falta de consideración por "el otro" quien no es registrado por ella, y en consecuencia sus acciones así lo demuestran.
Es, entonces, honesta. Honestamente nos muestra día a día sus objetivos, sus fines y su calaña moral al usar ciertos medios (entre ellos, muchos seres humanos) para alcanzarlos. No hay peor ciego que el que no quiere ver, pero quienes sí lo hacemos, quienes vemos palmariamente la estatura de esta presidente pigmea, tenemos la obligación moral de denunciarla y avisar a nuestros compatriotas y con-ciudadanos a qué peligros estamos expuestos.
Una presidente de la Nación que no sólo permite sino que -seguramente- aplaude, adhiere y fogonea la existencia de agrupaciones como el "Vatayon Militante" muestra claramente que ningún escrúpulo la detiene en su paso arrasador de libertades y dignidades individuales, dejando herida de muerte a la civilización y a la paz que supieron caracterizar a la Argentina. Instaurar el miedo, el caos, la muerte, el dolor, la angustia no es más que instalar la guerra como metodología de ejercicio del poder. Una metodología que puede ser muy lucrativa para el instalador, y devastadora para los ciudadanos convertidos así en víctimas.
La presidente se escuda en una circunstancial mayoría numérica que, en base a mecanismos igualmente avasallantes de las libertades y las dignidades de las personas más pobres, vistos en la obligación fáctica de venderlas al puntero de la zona para poder subsistir, logró hace menos de un año.
En su inmoralidad, esa mayoría circunstancial representa para ella una autorización para erigirse en la líder mesiánica que, merced a su patología psico-social- está convencida ser. Tiene, por supuesto, una caterva alrededor que por delante la aplaude, la ensalza, la hace regodear en su tilinguería, mientras que por atrás sabe y se ríe de su demencia, de la que -tan inmoralmente como ella lo hace- explota y se beneficia. Son tan o más culpables que la propia Cristina Fernández de la devastación del tejido social y de los más básicos criterios y principios de paz y respeto al prójimo.
La indignación causada por la injusticia es uno de los sentimientos más terribles que una persona puede sentir. Me imagino el dolor que los padres y familiares de Soledad Bargna, de la niña de 15 años también violada por el mismo sujeto, de los familiares y las víctimas de todos los demás presos que aparecen en el video deben haber sentido al verlo. Me imagino, y hasta casi siento en carne propia, la angustia, la desesperación, la impotencia de no poder hacer nada al ver bailando y de fiesta al asesino, al violador, al ladrón, al estafador que dañaron a sus personas, a sus seres queridos o a sus bienes, mientras ellos quedan con el trauma y la pérdida para siempre del ser querido, de la dignidad o de los bienes materiales ganados con esfuerzo y mérito.
El gran patriota Juan Bautista Alberdi dijo: "La propiedad, la vida, el honor son bienes nominales donde la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a merced de los pícaros…La ley, la Constitución, el gobierno son palabra vacías sino se reducen a hechos por la mano del juez, que en último resultado es quien lo hace ser realidad o mentira”.
Básicamente, el sentimiento de justicia es aquel que nos indica qué está bien y qué está mal. Está bien respetar al prójimo en su completa entidad ontológica, en sus libertades individuales, en su dignidad, en su capacidad y en su elemental condición de ser humano, o hijo de Dios para quienes somos creyentes. Por el contrario, está mal atentar, de cualquier manera, contra la vida, la persona, la libertad, la dignidad, los bienes de otros.
Si actuamos bien, la justicia radicaría, entonces, en asignar consecuencias "buenas" a quien así lo haya hecho. Y en igual sentido en el caso de actuar mal. Cuando quienes actúan mal obtienen consecuencias buenas, la discordancia causa tal abismo en el entendimiento ético de ese hecho, de esa INJUSTICIA, que ciertas consecuencias, a su vez, son inevitables.
Las conductas, las reglas, las leyes, su aplicación o incumplimiento, resultan ineludiblemente incentivos. Incentivos poderosos porque se fundan en las más elementales y aún inconscientes concepciones del hombre sobre ciertos asuntos. Fomentar -como lo hace la presidente Fernández- la angustia y el descorazonamiento no sólo en los vinculados directamente con los criminales murgueros, sino en todo un espectro muy amplio de la sociedad, compuesto por las personas decentes y de bien, no puede traer otro resultado que el incentivo a actuar y hacer justicia por mano propia, en lugar de recurrir al sistema institucional que, así, es garantía segura de injusticia.
La decadencia cívica de esta gran Nación Argentina es, sin lugar a dudas, dolorosa y angustiante. Pero más aún será el dolor que -como miembros de una sociedad en anarquía- viviremos en carne propia. Una sociedad en la que la mecánica de relación será la guerra, la confrontación, la violencia, el saqueo, la violación de vidas, personas, libertades y bienes. Un esquema en el que, obviamente, triunfará el más violento, el más decidido a lograr su objetivo, sea éste atracar o defenderse.
Una sociedad en la que la institucionalidad será un débil recuerdo de lo que alguna vez fue, y en la que -todopoderosa- se erigirá "ella", como una Morrigan de carne y hueso, infundiendo valor al "Vatayón Militante", a "La Cámpora", a D'Elia y las muchas otras fuerzas de choque que, siguiendo la inexcusable ley de oferta y demanda van a aparecer para ofrecerle sus servicios.
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