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Política Laboral, y el honor de haber sido elegida como una de las oradoras en Libertad Querida

Sobre este escrito realicé la presentación en la primera reunión de Libertad Querida, ayer, 15-12-2010.

Trabajar es  mucho más que ganar dinero. Es sentirse útil, productivo y hábil. La sensación de recibir una paga después de un arduo esfuerzo es tal, que no sería alocado decir que en ese acto, en el acto de lograr el rédito por el esfuerzo propio se encuentra uno de los principios fundacionales de la dignidad humana.

Según el INDEK (con K), la desocupación se ubicó en el 7,5% de la población activa, lo que significa que 1.23 millones de personas no tiene trabajo. 1,44 millones más están subocupadas, es decir que trabajan pero menos de 35 horas por semana (aún cuando quisieran hacerlo por  más tiempo), por lo que estas dos categorías suman la obscena cifra de 2.670.000 personas sufriendo privaciones no sólo materiales, sino tal vez más grave aún, morales.  
  
De ahí la vital importancia de desterrar las raíces del desempleo, y eso se logra derogando la totalidad de la legislación laboral vigente.

Desde sus orígenes en la Argentina pre-Revolución de Mayo, la vinculación entre un empleador  y un empleado fueron vistas como especiales o de peculiares características. El empleado era (y lo sigue siendo) visto como la parte “débil” de la contratación, sujeto a la explotación y abuso del empleador maligno y desmedido.

La regulación fue empeorando. La ley bonaerense del 17 de julio de 1823 imponía la obligación de garantizar al peón agrario 40 minutos al día para... tomar mate, hasta que finalmente el brillante jurista que iluminó este suelo con la antorcha de la libertad nos legó una Constitución Nacional completamente ajena a esas exigencias y desopilantes interpretaciones. Sin embargo, el sueño duró poco y la Argentina no estuvo exenta de los movimientos marxistas y colectivistas iniciados a mediados del Siglo XIX.

En la actualidad, la moderna regulación laboral heredada de los procesos demagógicos de 1943 en adelante dejaron de ser “conquistas sociales” para convertirse en herramientas de manipulación, extorsión y –de manera llamativamente incongruente- exclusión, contraproducentes para la creación y mantenimiento de puestos de trabajo genuinos. La agobiante carga regulatoria y la existencia de ese pseudo –derecho conocido como derecho laboral atentan continua y enfáticamente contra el florecimiento de empresas y emprendimientos productivos, haciéndolos  económica y financieramente inviables desde el inicio.  Y si bien existen todavía patriotas que apuestan a la creación de su propio emprendimiento, por convicción y vocación o por necesidad, en general el crecimiento de la empresa está limitado a la cantidad de miembros de la familia que puedan cooperar, de manera tal de no incorporar recursos humanos ajenos, posiblemente mucho más eficientes y capacitados.

El estado de avance de la civilización, la información disponible de manera automática a lo largo y a lo ancho del mundo entero hacen que estas regulaciones  vetustas y primitivas sirvan sólo y únicamente a la nueva oligarquía que es la nueva clase dominante, que encontró la veta para posicionarse y perpetuarse a través de las generaciones subsiguientes, legando a la descendencia (tal como todo título nobiliario) los puestos de poder alcanzados en sindicatos monopólicos, orquestados como condados a cargo de señores feudales ricos, que son fotografiados haciendo compras en las Galerías Lafayette de Paris.

Esa inmoralidad sólo puede darse con este marco regulatorio laboral, que desincentiva  la creación de puestos de trabajo, toma de rehenes a quienes tengan la valentía, el coraje y el patriotismo de iniciar un emprendimiento productivo en la Argentina de hoy, mantiene a la gente en el desempleo y en el subempleo,  y genera un juego de suma cero, en el que los únicos ganadores son los Sopranos, perdón… los Moyano.

Los intervencionistas bien intencionados (si los hubiera y no fuera esto una contradicción en términos) fundamentan estas regulaciones en el hecho de que, librada a su entera voluntad, cada parte va a buscar su propio interés. Así, y en el caso de un accidente sufrido en ocasión de desempeñar tareas para un determinado empleador, éste (precisamente por buscar su propio interés) no tendería “naturalmente” a indemnizar al empleado, ya que dicha erogación iría en contra de su propio interés. Por su parte, el empleado  procuraría lograr una indemnización que cubra no sólo el daño sufrido, sino la satisfacción de, si no todas, al menos gran parte de sus necesidades presentes y futuras. De esa manera, ambos tendrían incentivos a exagerar sus posiciones, y a exigir beneficios que vayan más allá de la razonabilidad que la circunstancia puntual demandaría.

Sin embargo, como en el esquema presente en el dilema del prisionero, es imperativo considerar que 1) cada empleador contratará no uno sino varios empleados, los que a medida que la empresa crezca, serán –a su vez- también cada vez más; 2) las situaciones de riesgo, entonces, se multiplicarían obligando a ser consideradas en el cálculo económico del empleador, a quien resultaría siempre más eficiente invertir en medidas preventivas que en remedios posteriores (más caros que la prevención); 3) en un sistema de libre mercado, sería muy poco probable que el empleador resulte un empleador monopólico. Por el contrario, la competencia entre distintos productores haría que sólo subsistieran aquellos empleadores que elaboraran bienes o prestaran servicios en las mejores condiciones posibles, tanto para el consumidor de los productos o servicios como para los recursos humanos a los que necesitaría como al aire para poder alcanzar el objetivo empresarial; y 4) en este esquema, los empleados, conscientes de la necesidad de los empleadores de contar con los mejores recursos humanos, optarían por el empleador que mejores y mayores medidas preventivas, ventajas y beneficios ofreciera a los fines de  contratar y retener a ese recurso tan valioso e imprescindible para la continuidad del emprendimiento.

La diferencia entre el socialismo y nosotros los liberales es una diferencia de aproximación y consideración filosófica del ser humano. Mientras los socialistas y marxistas consideran que  algunos individuos se encuentran en inferioridad de condiciones con relación a otros, estiman que los pobres, además de pobres, son imbéciles incapaces de procurar su propio bien;  incapaces de lograr pasar de una circunstancia menos satisfactoria a otra más satisfactoria por sus propios medios. Creen que sin su intervención “magnánima y misericordiosa”, sin su asistencialismo coyuntural e interesado, esos mismos pobres estarían condenados a una vida de miseria e indigencia. Nosotros los liberales creemos firme y vehementemente en la magnificencia del espíritu humano, del individuo por sobre sus circunstancias, y en la responsabilidad por los actos propios.

Los pobres son eso: pobres. Pero en absoluto son estúpidos, ni siquiera idiotas útiles a los intereses de la clase política que los arrea como ganado a las manifestaciones y marchas orquestadas y organizadas por el poder de turno. De serlo, irían a las marchas por la mera indicación del puntero a cargo. Sin embargo, encuentran en esa actividad el recurso más accesible para procurarse el sustento, aunque en el camino deban resignar una gran cuota de su dignidad.

La izquierda con notable mérito y éxito logró estigmatizarnos. Mienten los socialistas y marxistas al decir que somos los liberales los que pretendemos la exclusión social de miles de compatriotas. Por el contrario, creemos  que sólo la inclusión de estos individuos al mercado puede significar el crecimiento y desarrollo sustentables, ya que, tal como lo identificó Friedrich Von Hayek, todos y cada uno de nosotros disponemos de información sobre las circunstancias de tiempo y lugar que nos afectan. Así, la información dispersa en cada uno de nosotros (imposible de ser reunida ni por cien Guillermos Morenos), unida a la división del trabajo ya identificada en 1776 por el genial Adam Smith como una de las fundamentales causas de la riqueza de las naciones, y la experiencia de las sociedades desarrolladas de hoy en día, todo eso en conjunto demuestra que sólo un gran mercado, con sustantiva cantidad de individuos produciendo en exceso de sus necesidades, generando excedentes para ser intercambiados y en el que ese intercambio se concrete libremente, puede llevar a lograr una sociedad pacificada, ordenada y orientada al crecimiento y al desarrollo.

Es imperativo e ineludible lograr la derogación de la totalidad del sistema del pseudo derecho laboral vigente, anclada en el siniestro Art. 14bis de la Constitución también vigente. Es imperativo patear la muleta que le da legalidad y formal legitimidad a los Moyano, a los Recalde y a toda esa casta de inmorales que apalancados en los privilegios de ser "clase dominante" se enriquecen a costa de los que teóricamente representan. Dejarlos rengos, y mancos fundamentalmente, para que dejen de "meter la mano en la lata" de los verdaderos patriotas, de los que producen, los que emprenden, los que generan riqueza. O en resúmen, es imperativo recuperar la Constitución de 1853, tal como nos fue legada por el genial tucumano.

Pero para ello es imperativo, es ineludible, creer… creer firmemente en la magnitud del individuo, del espíritu humano y en su capacidad para procurar su propia fortuna. Creer y defender con alma y vida nuestro derecho a ser libres, a velar por nuestra vida y nuestro patrimonio. Esa es  nuestra deuda con nuestros hijos.



Comentarios

Jorge ha dicho que…
Lamentablemente, este de la legislación laboral no es un mal de la Argentina solamente. Muchos países la padecen y está la bendita OIT con sus recomendaciones. Puede decirse con tranquilidad que el desempleo es un producto de las leyes laborales.

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